El canto gregoriano cayó en el olvido debido a los desarrollos de la polifonía en el Renacimiento, tal y como la música renacentista caería, a su vez, en el olvido debido a los desarrollos del Barroco.
La música del Renacimiento sólo volvió a escucharse con el movimiento para revivir la música antigua, el cual surgió en la segunda mitad del siglo XIX. Uno de los primeros en ver su nombre rescatado de la oscuridad fue Carlo Gesualdo, algo que tenía que ver con el hecho de que su obra, adelantada a su época, hacía un uso del color orquestal que Europa sólo vería de nuevo hasta que el Romanticismo entró en escena. A este se le sumarían los archiconocidos Palestrina, Orlando de Lassus y Tomás Luis de Victoria. No obstante, muchísimas figuras de esa era siguen siendo grandes desconocidos para la mayoría de los fanáticos de la música; respóndanme, ¿cuántos de ustedes, antes de leer este artículo, ya conocían los nombres de William Byrd, Jacobus Gallus Carniolus, Ludwig Senfl, Orazio Vecchi o Johannes de Stokem? ¿O el del compositor que nos ocupa hoy, Josquin des Prés?
Considerado por algunos como la figura más importante de la escuela francoflamenca y uno de los más grandes y exitosos compositores de todo el Renacimiento, su obra fue masivamente influyente en toda la Europa del siglo XVI, siendo universalmente admirada e imitada y con muchos teóricos proponiéndola como modelo de todas las perfecciones. La mayoría de su producción es vocal (él mismo era un cantante), e incluye tanto música litúrgica como secular, trabajando con todas las formas musicales importantes de su época, aunque serían sus motetes, de los cuales escribió más de cien, los que tendrían mayor impacto en la historia de la música. Tenía tanto talento para la austeridad como para el fasto; tanto para lo solemne como para la sátira. A su muerte, numerosos compositores le dedicaron lamentos y tributos. Era tal su fama y popularidad que era una práctica frecuente, tanto durante su vida como tras su fallecimiento, que otros compositores y editores pusieran su nombre en sus propias obras para aumentar sus ventas y sólo sería hasta el advenimiento del análisis musicológico moderno que se determinaría que, en realidad, no pertenecen al canon de Josquin.
Uno de los críticos que consulté lo llama “el Miguel Ángel de la música”.
No obstante, su biografía es tremendamente oscura (¡hay docenas de compositores menores del Renacimiento cuyas vidas están mejor documentadas!), no se sabe nada de su personalidad y nadie está seguro si cualquiera de los retratos que se le han atribuido a él (como el que acompaña este artículo) realmente es una imagen suya.
Con Palestrina acaparando el título de “el más grande compositor del Renacimiento”, la música de Josquin aun tardaría un tiempo en ser puesta en el lugar que se merece, algo que sólo sucedería a partir de la década de 1950 con la proliferación de grabaciones de su obra y varios conjuntos especializados en la música del Renacimiento incluyéndola en sus repertorios.
¿Cómo puedo empezar a conocer su música?: Oyendo todo esto…
